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Encuentros Diarios
Abril 17, 2017
Encuentro divino
Por la larga, carretera polvorienta en su camino de Jericó a Jerusalén, hace casi dos mil años pasó Jesús con sus doce discípulos. Debido al largo viaje, estaban acalorados, sudorosos y cansados. Pero porque Jesús estaba en la cima de su popularidad, una gran multitud de personas les seguían. La multitud parloteaba sin cesar. Haciendo preguntas. Buscando favores.
¿Qué es ese ruido? preguntó el ciego Bartimeo a sus amigos mientras estaban sentados junto al camino. "Es Jesús," le dijo uno de los que pasaban.
"¿Quieres decir Jesús de Nazaret, el tipo que dicen que puede sanar a los enfermos y a los ciegos?" Preguntó en forma excitada Bartimeo.
"Ese mismo," le respondieron.
"No lo puedo creer," grito Bartimeo a sus amigos. Este debe de ser mi día de suerte. Tengo que acercarme a Jesús. Sé que él puede sanarme.
"Oye, Bart, allí va, le gritaron sus amigos," ¿pero cómo vas a llamar su atención?
Tratando de hacerse escuchar sobre la multitud, Bartimeo grito lo más fuerte posible, "¡Jesús, ten compasión de mí! ¡O Señor, Hijo de David, ten compasión de mí!"
Muchos lo reprendían para que se callara, pero él estaba determinado a acercarse a Jesús. No lo podía ver, pero si podía gritar, y gritar aún más. Su voz se escucho como un llamado del clarinete. "¡Jesús o Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Jesús o Señor, Hijo de David, ten compasión de mí!
Jesús se detuvo.
La multitud se detuvo.
Los vientos y las olas no pudieron detener al Salvador. Tampoco pudieron las turbas enojadas. Las multitudes de personas no podrían hacerlo tampoco. Pero la llamada de un mendigo ciego y solitario lo hizo detenerse.
Y Jesús con su gran corazón lleno de compasión le pidió a Bartimeo que se acercara. ¿Qué quieres que haga por ti? Le preguntó Jesús.
"Señor," respondió Bartimeo nerviosamente, "Por favor dame la vista."
Y Jesús lo hizo. "Puedes irte," le dijo "tu fe te ha sanado."
Inmediatamente Bartimeo pudo ver y siguió a Jesús por el camino.1
Se sugiere la siguiente oración: "Dios mío, gracias porque siempre escuchas el llamado de cada persona — rica o pobre, joven o anciana — que genuinamente llama por tu ayuda. Y gracias porque siempre escuchas y respondes a mis oraciones de acurdo a tu voluntad y no necesariamente de acuerdo a lo que yo quiero. Gracias por escuchar y responder a mis oraciones. En el nombre de Jesús, amen."
1. Vea Marcos 10:46-52.
Nota: Adaptada del libro Odio dar testimonio, de Dick Innes, Capítulo nueve.
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