Recuerdo haber trabajado con un grupo al cual dije que estaba bien estar enojado. Una dama estaba absolutamente sorprendida. Ella me dijo que toda su vida había sido enseñada que los cristianos nunca se enojan. Por lo que ella había razonado en su mente: "Los cristianos nunca se enojan. Siempre estoy enfadada. ¡Por lo tanto, nunca podre ser una cristiana!"
Esa noche se liberó de 20 años de angustia y recibió la garantía de su salvación. Ella era de hecho una cristiana porque había recibido a Jesús como su Salvador.
La ira es a moral; es decir, por sí misma no es ni correcta ni incorrecta. Es lo que hacemos con ella y cómo la manejamos lo que importa. La Biblia en realidad dice, "Si se enojan no pequen,"1 o como lo dice la antigua traducción, "Enójense — no pequen."
El enojo por sí mismo (no la furia, la hostilidad o la amargura) es una emoción que Dios nos ha dado. Su finalidad es luchar contra el mal y corregir las injusticias. Así fue cómo Florence Nightingale utilizó su enojo. Ella estaba enfadada por la forma en que soldados heridos estaban siendo gravemente maltratados, por lo que ella hizo algo al respecto. Nosotros, también fuimos creados para utilizar nuestra ira en forma creativa.