El Camino a la Recuperación 
               
           
          
          Crecí en lo que anteriormente   se llamaba un hogar roto. Ahora se les llama familia disfuncional y a mí se me   parece un título elegante. 
          Mi casa no era un lugar feliz. Las peleas continuas de   mis padres se me cargaban. Por sus propias razones dolorosas, mi padre y madre   no eran capaces de formar un hogar feliz. Eventualmente se divorciaron, pero mis   cicatrices permanecieron. Mi padre estaba presente físicamente, pero por sus   propias razones no era capaz de estar disponible emocionalmente. Como resultado,   yo percibí que no era amado y me sentía rechazado. 
          Y, así como mi madre era aparentemente muy funcional y   mantenía a la familia unida, en lugar de que ella llenaría mis necesidades   emocionales, ella se apoyaba de mí emocionalmente para llenar sus propias   necesidades que no encontraba en su matrimonio. Así fue como las disfunciones de   mis padres me fueron dadas yo, a cambio, las repetí en mi matrimonio. Y al menos   que yo las resolvía, las pasaré a mis hijos. Ya les he pasado algunas. 
          Como mi madre, aparentemente yo era muy funcional, pero   interiormente estaba lastimado, enojado, asustado e inseguro. Para sobreponerme,   necesitaba entrar a recuperación. 
          La realidad es que, “la gente lastimada lastima a   otros” y lo que nosotros, los padres, no resolvemos, nuestros hijos lo vivirán   de una forma u otra. Lo que no resolvemos está destinado a ser repetido. 
          La Biblia indicó hace cuatro mil años que los pecados   de los padres visitan a la tercera o cuarta generación.1   Probablemente más que cualquier otra cosa son los, “pecados emocionales” que son   pasados de generación en generación. Se ha dicho, por ejemplo, que el   alcoholismo afecta aun hasta la séptima generación.  
          ¿Suena que esta sin esperanza? Lo es—al menos que   los que hemos sido lastimados entremos en recuperación para romperá las cadena   de las generaciones pasadas. Si no, nuestros hijos serán atraídos a esposas que   provienen de familias disfuncionales y repetirán el ciclo y sus hijos harán lo   mismo. 
          ¿Entonces cómo nos recuperamos? No es fácil, pero   con humildad, honestidad, coraje, persistencia, la ayuda de Dios y, donde sea   necesario, la ayuda de un consejero entrenado y a veces un grupo de apoyo, uno   se puede recuperar. 
           La gente lastimada, 
            lastima a otros.   
          Primero. Enfrentar la realidad. Llegar a la realización de que no   está solo; muchas familias tienen problemas de disfunción porque nadie tiene   padres perfectos. Lo importante, sin embargo, es el admitir nuestras   disfunciones y evitar el negarlo porque esto es la barrera mayor para la   recuperación. 
          Algunas veces cuando una familia no acepta la   disfunción, la persona que esté actuando negativamente se convierte en la   víctima propiciatoria de la enfermedad de la familia. Otros miembros razonan,   “Si él cambaría estaríamos bien.” Sin embargo, en cada familia disfuncional no   hay partes inocentes. Todos contribuyen algo, aun si uno permite la   co-dependencia, tal como la esposa de un alcohólico.  
          Segundo. Aceptar la responsabilidad total. Mientras sigamos   culpando a los demás por nuestros problemas, estamos evitando enfrentar lo que   estamos contribuyendo—y nunca recuperarnos. Sería fácil para mí el culpar a mis   padres por mis problemas, pero ellos también fueron el resultado de la forma en   la que fueron criados e hicieron lo mejor que pudieron. Así cuando observa a mi   familia, no debo culparla, sino comprender lo que debo resolver. El culpar a los   demás por mis dificultades es una buena excusa de la cual asirme si no quiero   resolverlo. 
          No importa lo que me pasó en el pasado, Yo soy   responsable de quien soy y de lo que hago al respecto. Tal vez sea verdad que,   “Yo era una victima en el pasado, pero si permanezco siendo una, ahora soy un   participante.”  
            Pasa a la página dos 
          
          
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