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Encuentros Diarios
Enero 12, 2016
Nunca se es Demasiado Viejo. Primera Parte
“¡He aquí soy de edad de ochenta y cinco años! Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; conservo mi vigor de entonces, para combatir y para ir y venir. Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Dios aquel día, porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí y que hay ciudades grandes y fortificadas, pero, si Dios está conmigo, los echaré, como él me lo prometió.”1
Cuando los Israelitas estaban conquistando la tierra prometida que Dios les había dado, Caleb le dijo a Josué, “¡Dame este monte para conquistarlo!” Para entonces Caleb contaba con ochenta y cinco años. (Admitámoslo, ellos vivían mucho más en aquellos años.)
Si Dios les dio a los Israelitas la Tierra Prometida, ¿cómo es que tenían que pelear por ella? Porque al Dios dársela a ellos hizo posible que ellos la conquistarán. Si Dios se las hubiera servido en charola de plata, ellos nunca hubiesen aprendido a confiar en él ni se hubieran convertido en individuos responsables y maduros.
Caleb alcanzó su meta porque él sabía precisamente cual era el propósito de Dios para Israel y para él mismo, y el no permitió que su edad lo detuviera.
Si nosotros, también queremos lograr algo que valga la pena en nuestras vidas, a pesar de nuestra edad, es imperativo que nosotros, también, conozcamos cual es el propósito que Dios tiene para nosotros—y actuar de acuerdo.
Se sugiere la siguiente oración: “Querido Dios, estoy dispuesto y deseo que me uses. Ayúdame a cumplir con el propósito que tienes para mi vida. Por favor haz claro quien deseas que sea y lo que deseas que haga. Gracias por escuchar y responder a mi oración. Te agradezco. En el nombre de Jesús, amén.”
1. Josué 14:10-12 (NVI).
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